La Iglesia Católica en los EE.UU pierde la confianza de los fieles
Y es que la confianza de los católicos norteamericanos en el clero cayó 18 puntos en 2018 con respecto al año anterior. En comparación, la opinión de los protestantes sobre el mismo asunto se mantuvo prácticamente estable, con una caída en la confianza de solo un punto porcentual. Ya antes las encuestas habían detectado una pérdida de confianza entre los fieles hacia la propia Iglesia. Un estudio demoscópico llevado a cabo el pasado verano registró un descenso en la confianza de los católicos en la Iglesia del 52% en junio de 2017 al 44% el mismo mes del año pasado.
Es evidente que los sucesos de este verano pasado han deteriorado masivamente la confianza puesta por los feligreses en un clero que se ha revelado plagado de casos de pederastia, homosexualidad y de encubrimientos de los mismos por parte de los prelados. La última noticia, que dábamos ayer mismo, de que el cardenal Donald Wuerl conocía, pese haber afirmado repetidamente lo contrario, los desmanes homosexuales del ex cardenal McCarrick no puede por menos que minar aún más esta ya maltrecha relación entre los fieles y su clero.
Igleisas cada vez más vacias
La reunión episcopal de excepción que tendrá lugar el próximo mes en Roma pretende, en parte, remendar esa confianza perdida, pero no va a ser fácil. No solo el mal está demasiado avanzado como para que pueda darse una cura rápida y eficaz en el corto plazo, sino que sucesos posteriores a su convocatoria, como el caso del obispo Zanchetta, llevan a sospechar que no existe una verdadera voluntad de hacer más transparente a la Iglesia y aplicar una verdadera política de "tolerancia cero", sino a "salvar la cara" frente a la opinión pública.
En ningún momento fueron demasiado creíbles las vehementes negaciones de Wuerl, que aparece citado 68 veces en el demoledor informe del jurado de Pensilvania hecho público este verano como encubridor en su etapa de obispo de Pittsburgh, sino que como sucesor y amigo de McCarrick difícilmente podía ignorar lo que era un secreto a voces entre sacerdotes, seminaristas y aun periodistas especializados durante décadas.
Esta dificultad para creer la ignorancia del cardenal Wuerl (que se ha demostrado falsa) se aplica también a otros obispos que fueron elegidos para el episcopado por influencia del ex-cardenal McCarrick, a menudo ignorando el proceso de selección habitual de nominados, como Blaise Cupich, Arzobispo de Chicago, Joseph Tobin, arzobispo de Newark, y quien fuera auxiliar y confidente durante años del prelado pederasta, Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.
De hecho, una de las razones para desconfiar de los resultados de la próxima reunión episcopal es el hecho de que Su Santidad, el Papa Francisco, haya elegido precisamente al cardenal Cupich para organizarla y coordinarla. El cardenal Cupich reconoció recientemente que llegaron a su conocimiento casos de abusos entre sus sacerdotes que no denunció, y durante el estallido de la crisis Viganò hizo cuanto pudo por quitar hierro a la cuestión de los abusos, asegurando públicamente que el Papa tenía una agenda más amplia de que ocuparse, con temas urgentes como el medio ambiente.
Por lo demás, ninguno de los prelados que se reunirán en febrero en Roma ha sido capaz de señalar con el dedo el hecho más obvio y destacado de estos casos de abuso, a saber, que en su abrumadora mayoría (más del 80%) implican a sacerdotes homosexuales. Esta negativa a encarar lo evidente y ampararse en motivaciones vagas como el ‘clericalismo’, de tan difícil concreción, hace temer lo peor, un resultado que confirme en su desconfianza a esos católicos americanos que ya la han perdido.
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