Este es el único dato cierto que tenemos sobre un problema que ha afectado a la Iglesia católica en todo el mundo, y si lo tenemos es porque las víctimas han acudido a los tribunales, en muchos casos tras observar que no obtenían una respuesta satisfactoria en la propia Iglesia (muchas de las cuales han sido silenciadas por la propia Iglesia). El ocultamiento es la respuesta que la Iglesia española ha dado a este gravísimo problema y aún ahora se escuda en el silencio para no afrontar la demanda legítima de información. No es imaginable que España haya quedado al margen de un comportamiento que, aunque minoritario, se ha visto que era mucho más grave y extendido en el mundo de lo que se quiso reconocer. A pesar de los constantes llamamientos a la tolerancia cero del Papa Francisco y de las recomendaciones hechas en 2010 a los obispados para que adoptaran medidas preventivas, sólo dos diócesis españolas han comunicado desde ese año a la fiscalía casos de abusos. Y solo 3 de las 70 consultadas disponen de un protocolo que incluye la denuncia a los tribunales.
La jerarquía defiende a las víctimas o los curas agresores
No sabemos cuántos de los 500 casos que cada año se reportan ante la Congregación para la Doctrina de la Fe corresponden a España y tampoco cuántos expedientes internos se han abierto ni cuántos sacerdotes han sido apartados. Silenciar y ocultar los abusos sexuales a menores supone encubrir un delito que deja gravísimas secuelas en las víctimas. Esta actitud crea un clima de impunidad propicio a que los abusos se perpetúen, pues quienes los cometen pueden sentirse amparados por una jerarquía más preocupada por proteger la institución que por evitar el daño. El problema no es solo de incumplimiento de la ley que desde 2015 obliga a denunciar los casos de abusos de los que se tenga conocimiento. El problema es que las directrices del Papa Francisco son lo suficientemente ambiguas como para que en la práctica sea cada diócesis la que decida si actúa solo a escala interna o traslada la acusación a la justicia civil. La abismal diferencia en el castigo previsto actúa como un incentivo para que el asunto sea tratado a escala interna. Mientras el Código Penal castiga con años de cárcel los abusos continuados, el código canónico sólo impone el apartamiento temporal del abusador y, en casos muy graves, la expulsión del ministerio.
Tolerancia cero o encubrimiento al 100%
¿Cuántos pederastas hay en la Iglesia española? ¿Cuántas víctimas?
Dos recientes investigaciones hablan de medio centenar de casos juzgados, pero la realidad es mucho mayor ya que muchos casos no son dado a conocer por la Iglesia o simplemente las víctimas (luego de ser desacreditados ya no quisieron seguir con las denuncias). Dado la magnitud de estas investigaciones la pregunta salta de madura: ¿Cuántos pederastas hay en la Iglesia española?. En una reciente investigación del Diario El País habla de 33 condenas y unos 50 casos instruidos. El último libro de Juan Ignacio Cortés, "Lobos con piel de pastor", estima una cifra similar. Sin embargo, estos sólo son la punta del iceberg.
En una entrevista de este mismo medio con el vicario judicial de Cartagena-Murcia, Gil José Sáez Martínez, se sostiene que "la Iglesia lleva un siglo tapando la pederastia". Y es que el auténtico problema no está tanto en la existencia de depredadores en el interior de la institución (los informes de organismos internacional, es cierto, afirman que el grueso de los abusos se dan en el entorno familiar), sino en el encubrimiento sistemático que se daba cuando alguna de las víctimas intentaba denunciar. "Todas las diócesis del mundo, cuando llegaba una denuncia cogían y decían: "Fulanito, te mandamos a tal sitio". Y en ese sitio seguía haciendo lo que hacía en el otro. Eso se hacía en toda la Iglesia universal durante el siglo XX, incluida España", declara, rotundo, Sáez. Para este experto, que ultima su tesis doctoral sobre este tema, en España "hay muchísimos más" casos de ese medio centenar publicados. Con todo, lo terrible es "el silencio y el encubrimiento de las víctimas que, además, ha sido un silencio impuesto, hace que esas personas estén gimiendo de dolor y que esas heridas que tienen jamás se les curen".
Respecto a los protocolos aprobados por la Conferencia Episcopal en 2010, y admitido en 2015, después de que fueran publicadas en mitad de la tormenta por el "caso Romanones", el vicario admite que "cuando se colgaron en la web, algunos obispos españoles desconocían su existencia". Desde entonces, añade, "la Conferencia Episcopal no los ha modificado conforme a la Carta Circular de la Congregación de la Fe de 2011. Desde mi punto de vista, es un protocolo que deja a la víctima en un segundo lugar.No hay un equilibrio entre presunta víctima y presunto agresor".
No hay comentarios:
Publicar un comentario