Persisten la dudas de la recta doctrina de este Sínodo de Jóvenes
Teniendo esto en mente, querría que compararan estos dos textos, absolutamente actuales: “No se trata de ajustar las cuentas o de una cuestión de carreras eclesiásticas. No es una cuestión de política. No es una cuestión de cómo los historiadores de la Iglesia puedan valorar este o ese papado. ¡Estamos hablando de almas! La salvación eterna de muchas almas ha sido puesta en peligro; y siguen estando en peligro”. Y este: “Creo que el Documento Final del Sínodo debería hablar a todos los jóvenes. Incluso los jóvenes homosexuales, por tanto, deben sentirse incluidos en lo que propondremos con el documento sinodal”.
El primero es un párrafo de la última carta del arzobispo Carlo María Viganó; el segundo, unas declaraciones sobre el actual sínodo del cardenal Blase Cupich, arzobispo de Chicago. Naturalmente, nada impide que monseñor Viganó sea para algunos un villano hipócrita, o que el cardenal Cupich crea de buena fe que existe un grupo de católicos definido por sus tentaciones sexuales que requieren una especialísima dedicación pastoral para salvar sus almas. Pero el primero "suena" católico y el segundo, no.
Se acusó que este sínodo ya estaba pre-elaborado
Lo hemos visto en los dos sínodos de la familia y su corolario, la exhortación Amoris Laetitia, con respecto a las segundas nupcias cuando el primer cónyuge sigue vivo o, como se ha llamado siempre, el adulterio. El lenguaje es lo bastante ambiguo como para que pueda sostenerse que su Capítulo VIII no contradice la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, la Sagrada Eucaristía o la objetividad del mal moral. Pero la aplicación ‘pastoral’ de esa exhortación, la explícitamente preferida por Su Santidad, lleva, como muy poco, a la confusión de los fieles en este sentido y a un debilitamiento de hecho de esos tres conceptos esenciales.
De igual modo, estamos seguros de que en el documento final del presente sínodo (que es ‘final’, nos tememos, solo en el sentido de que se presentará como tal) no va a bendecir la sodomía ni declarar que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son moralmente buenas. No pueden hacerlo. Pero sí pueden aprobarla indirectamente mediante la "acción pastoral". En realidad es ya práctica corriente, como pueden testificar abundantemente autores católicos que luchan contra esa particular tentación (Joseph Sciambra, Daniel Mattson), o los feligreses de Nuestra Señora de Madrid. Los "apóstoles" que buscan "construir puentes" con el mundo LGTBI son, por lo que podemos comprobar, muy reacios a hablar de pecado, de arrepentimiento, de castidad.
Si la preocupación por los LGTBI es la preocupación por sus almas, por su salvación eterna, entonces esa pastoral específica será similar a un apostolado con pandilleros de barrio, a quienes lo primero que hay que decirles es que deben abandonar su modo de vida. No parece que vayan por ahí los tiros. En la "relatio" del sínodo de la familia se leía: “Los homosexuales tienen dones y cualidades que ofrecer a la comunidad cristiana”. La pregunta obvia es: ¿cómo cuales? Los homosexuales concretos, seguramente, como cualquier persona, pero, ¿qué dones, qué cualidades específicas, propias, exclusivas, puede ofrecer a la Iglesia la atracción por las personas del mismo sexo?
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