Un Sínodo que al parecer sigue con las incoherencias
Pero con la conclusión del último sínodo el pasado sábado hemos asistido a un verdadero paroxismo de la contradicción. A ultimísima hora de un sínodo inusualmente largo nos hemos enterado de que su asunto era la sinodalidad, aunque no se haya hablado apenas de ello en las sesiones y haya sido una sorpresa para los propios integrantes, y aunque oficialmente se anunciara como el sínodo de la juventud. No sé qué cara se les habrá quedado a los jóvenes asistentes a las sesiones; no sé hasta qué punto serán conscientes de haber sido comparsas en una farsa. Quizá haya en el futuro un sínodo sobre los sacramentos que se dedique en realidad a hablar de la juventud, igual que sabemos ya que el futuro Sínodo de la Amazonía irá en realidad del fin del celibato eclesiástico. El Papa Francisco habla del "Dios de las sorpresas", pero con lo que tenemos que lidiar los católicos es como el "Papa de las sorpresas".
Pero haberlo convertido en el sínodo de la sinodalidad es ya puro barroquismo de la contradicción, porque viene a decir que los sínodos son crucialmente importantes de un modo en que demuestra que no lo son en absoluto. Convocar a obispos de todo el mundo sobre un asunto, dejarles semanas discutiendo, convocar ruedas de prensa diaria, para acabar diciendo que de lo que de verdad iba todo eso es de lo importante que es la opinión colectiva de los obispos suena a sarcasmo sangrante.
Un Sínodo de viejos para jóvenes????
Todo lo cual no tendría demasiada importancia si, ya iniciada la reunión, no hubiera proclamado el Papa Francisco la constitución apostólica Episcopalis Communio, en la que decreta que lo que sale de los sínodos, una vez aprobado por el Papa, tiene carácter magisterial. Y eso no lo consultó con sínodo alguno. En realidad, no hubo proceso alguno de consulta, ni peritos, ni periodo de estudio, algo parecido a cuando se le ocurrió cambiar de un plumazo la bimilenaria doctrina sobre la pena de muerte en el Catecismo.
El Magisterio es cosa muy seria, la más seria del mundo. Incluso un ateo inteligente puede darse cuenta de que, si alguien cree que la pretensión de la Iglesia Católica es verdadera, nada podría tener más importancia, porque se trata de la eternidad, del todo. Declarar magisterial una enseñanza supone imponer una coerción a la conciencia de los católicos, que deben creer que lo que les dicen es cierto y que forma parte de la Revelación del propio Cristo. Por eso, hasta la fecha, la Iglesia ha mostrado una exquisita prudencia antes de proclamar que tal o cual enseñanza es magisterial, demostrando exhaustivamente que no solo no se aparta de lo que siempre se ha creído sino que está contenido implícitamente en el Depósito de la Fe.
Y si pensamos seriamente que lo que salga de una asamblea sinodal es magisterio una vez aprobado por el Papa; si de verdad tenemos que creer que el Espíritu Santo quiere para nuestro tiempo una Iglesia horizontal en la que la verdad revelada surja de “el Papa, los obispos y el pueblo de Dios, caminando juntos”, el proceso sinodal debería observar unas garantías de transparencia, rigor y libertad condignas a la gravedad de sus consecuencias.
Lo que hemos visto es exactamente lo contrario. Y la traca final, con obispos llegados de los cuatro puntos cardinales votando a matacaballo centenares de puntos escritos en un idioma (italiano) que solo habla y entiende un 1% de la humanidad, ha sido de auténtico vodevil. Por cierto, qué bueno sería que la Iglesia contara con un idioma universal, que no perteneciese a ningún pueblo actual para evitar susceptibilidades y para que no cambiase el significado preciso de las palabras, ¿verdad? Podríamos llamarlo, no sé, ¿"latín"?
En el documento final piden perdón por sus errores
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